¿A qué va un adulto a terapia? Esta es una pregunta que tiene millones de horas de trabajos escritos sobre la teoría y la técnica por profesionales del área de la salud del cerebro.
He trabajado con niños y, desde algunos años, he dejado de recibirlos para dedicarme exclusivamente a trabajar principalmente con mujeres, en su mayoría madres.
Van a terapia porque lo están pasando mal y necesitan ser escuchadas. Algo les aqueja, angustia, aprieta la garganta, acelera el corazón, no deja dormir, algo no les permite concentrarse. Ser madres es agobiante y el trabajo las tiene estresadas. Se dan cuenta de eso que sentían. En fin, piden hora para una consulta psicológica.
Cada profesional “psi” ocupa la técnica aprendida para ayudar a elaborar el síntoma que lleva al paciente a consultar, y cada uno escucha según sus propias vivencias infantiles, experiencias de vida, valores y creencias. Algunos dicen ser “neutros”, saludan con la mano y tratan de “usted”. Algunos terapeutas hablan, otros casi nada. Algunos prenden incienso, velas, etc. Y , la verdad, da igual, porque pareciera ser que en los temas emocionales de los humanos, lo científico a veces se queda corto. Lo que curaría es el tipo de vínculo que se establece entre terapeuta y consultante. Es decir, si nos llevamos bien y nos entendemos, la comunicación puede fluir. Confiamos e incluso nos queremos. Si, por lo menos yo, quiero a mis pacientes, no podría trabajar desde no sentir cariño hacia esa persona con la que comparto sus vivencias. Bien, una vez que nos entendimos y deseamos trabajar juntas luego de algunas sesiones, nos lanzamos a revisar “eso” que está en la parte sombría de nuestra mente. Tarea nada de fácil, ya que durante años, nos dedicamos, inconscientemente, a bloquear, negar, reprimir, desplazar, minimizar, maximizar, racionalizar e intelectualizar todo aquello que nos provocó y provoca mucho dolor, por tanto, escondimos dentro de un cajón con más de 7 llaves. Aquello lo hacemos para lograr sobrevivir. Pero ojo, sobrevivir, no vivir.
Un ejemplo es cuando nuestro padre nos golpeó y de adultos lo racionalizamos diciendo “estuvo bien, lo hizo por mi bien”. Pero, si recordamos nuestro corazón de niño siendo golpeado por la persona que más amas en la vida y que supuestamente te ama también, aquello resulta sencillamente terrorífico. Ningún niño recibe un golpe con placer, ninguno. Es una situación muy compleja para un niño, ya que queda atrapado en una situación dual y contradictoria; su cuidador es al mismo tiempo su maltratador. Y a partir de esa dinámica surgen otras cuando uno es adulto. Sin duda estoy reduciendo con un ejemplo, pero continuando con este, , los niños golpeados de grandes quedamos atrapados en lo que deseamos hacer y en lo que debemos hacer. En vez de autoestima tenemos auto maltratos y a veces, nos sentimos tan pero tan poca cosas que decimos “soy lo último que botó la ola”. Con aquella sensación y autoestima queremos trabajar, cuidar a nuestros hijos, tener un cuerpo fantástico, llevarnos sumamente bien con nuestra pareja… ¿se podrá?
Pero, volviendo al tema central. ¿ A qué a qué vamos a terapia? Personalmente pienso que la mayoría de los que hemos ido o vamos a terapia buscamos principalmente sentirnos escuchados, mirados, atendidos, sostenidos, no juzgados. Vamos a terapia a ser bien tratados, a corroborar que somos dignos de ser queridos, no golpeados, ni castigados por ir equivocándonos mientras vamos aprendiendo a vivir la vida, mientras vamos madurando. Queremos que nuestro terapeuta nos diga la verdad, verdad, que ya conocíamos pero que nos dolía mirar porque nos sentíamos muy solos. Y, si además constatamos que de niños estuvimos solos, es muy pero muy complejo. Vamos a un encuentro íntimo, cómodo, tranquilo, que nos permita mirar de la mano de nuestro terapeuta. Digo de la mano porque ¡obviamente que tenemos miedo de los monstros que habitan en nuestros más íntimos rincones! Vamos a un encuentro a confiar en una persona que nunca antes vimos, pero que no nos importa que sea un desconocido. Es demasiado el cansancio, la pena, los dolores del cuerpo, la tos, las adicciones de las que somos esclavos, que necesitamos ayuda, ahora, “una hora urgente”, “estoy angustiadísima”, “no doy más”, “perdona que te escriba a ti, pero no sé a quien más recurrir” …
Y vamos a terapia también a encontrar nuestra vocación. Vamos a ver quiénes somos, cual es mi identidad, en qué y con quien quiero trabajar, como quiero vivir. Queremos descubrir quienes somos y comenzar a ser libres para poder sentir que vivimos el día a día con más placer y tranquilidad. Vamos también a descubrir porque me cuesta ser mamá y disfrutar de lo que otros dicen que disfrutan. Vamos a que nos ayuden a tomar la decisión de separarnos o a poder reparar la relación de pareja. Por esos y por otros motivos, vamos a “hacernos una terapia”.
¿Qué busca un niño de su mamá y papá o de quienes lo cuidan y educan?
Una niña o un niño espera ser principalmente bien tratado. Eso significa, ser atendido en sus necesidades lo más rápido posible. Es cosa de pensar a un bebé llorando, la necesidad es inmediata y el cerebro inmaduro no alcanza a pensar que la mamá está ocupada haciendo otra cosa. A medida que el cerebro de los niños madura, somos capaces de esperar un poquito más. Pero bueno, un niño para sentirse cómodo en la vida, necesita constatar de manera concreta, es decir, no a través de un emoticon de whatssap <3 <3 ni un desconectado “te amo hijo” mientras ordenamos el closet. Porque su inmaduro cerebro sólo recibe ese mensaje si es directamente abrazado. Si es mirado, cuidado, bien atendido, acompañado. Si cada vez que intenta comerse un dulce antes de almuerzo, el papá o la mamá le explica sin amenazas ni castigos por qué es importante el almuerzo primero. Necesita no ser juzgado, humillado, castigado, golpeado. Requiere palabras, tiempo, brazos, compañía para dormir, y una vez seguro y de la manito de la mamá revisar que no hay monstros debajo de la cama. Necesita que le digan la verdad. Los niños y las niñas urgentemente necesitan que en su memoria corporal se les quede grabado el olor del abrazo que contuvo las lágrimas cada vez que se cayó o que no quisieron jugar con él. Necesita recordar que cuando se llenó de estrés e hizo una pataleta, la mamá respiró y bajó a su nivel y pudo ser capaz de contener y acompañar en ese momento desagradable para su hijo.
Un ser humano necesita sentirse amado para crecer sintiéndose tranquilo. ¿Cuándo no vamos a terapia con la ilusión de que otro nos va a amar o tratar como nuestros padres no supieron hacerlo, no de malos, si? No estamos juzgando, estamos diciendo que no supieron hacerlo por a, b y c motivos. Cuando somos adultos creemos que algo nos va a dar tranquilidad y resulta que ese algo pueden ser drogas, que claro, calan un ratito el vacío interno y también anestesian lo dolores, pero no, no llenan lo que los p(m)adres y sólo ellos tenían que llenar. Lamentablemente, los psicoterapeutas no somos los padres de los consultantes, por lo mismo, con mucho cariño, acompañamos a mirar las necesidades infantiles no satisfechas. Y acompañamos a constatar que lo que no se llenó en la etapa niñez, nunca nadie podrá llenar. O, ¿todavía le pides a tu marido, lo que tu mamá no te dio o no te da?
Los adultos vamos a terapia y confiados en nuestro terapeuta, revisamos las heridas, los traumas, los dolores, los abusos, las injusticias y las sensaciones de no haber sido realmente amados de niño. “Es que había mucho que trabajar”, “es que mamá tomaba y luego dormía mucho”, “es que papá vino de la guerra … era muy duro”, “es que mamá fue huérfana, es que papá …” “… es que todo era mentira, mi mamá en la casa era así y frente a las visitas era otra”, “ … es que siempre vi a mi mamá neurótica haciendo las cosas de la casa”, “mi mamá, sólo tenía ojos para mi papá”; “luego supimos que mi mamá siempre tuvo un amante, por eso decía que trabajaba tanto …”
También fuimos a la playa, jugamos, cocinamos, y nuestros padres nos abrazaron, y caminamos seguros de sus manos. Si, lo bueno también está presente. Pero no vamos a terapia por lo bueno, vamos por las grietas que quedaron expuestas. Todos los que hemos sido pacientes hablamos de nuestra mamá y papá. Todos.
Leslie Power