Lo complejo de algunos momentos claves de nuestras vidas- como entrar al colegio, la adolescencia, el matrimonio, separaciones, embarazos, nacimientos, puerperio, ”crisis de la edad media”, una enfermedad, la muerte de alguien, el cambio de trabajo, navidad, cumpleaños, etc.- es que son momentos fértiles para que nuestras sombras aparezcan en la consciencia.
Es decir, todo aquello que alguna vez de niñ@s reprimimos, negamos, guardamos, desplazamos, encubrimos, etc. Ya sea porque nos causaron daño, nos dolió mucho, no entendimos, nos produjo miedo, soledad, nos dejaron perplejos o nos hicieron dudar y nos culpamos.
Las sombras, son recuerdos que están en nuestra piel, pero no en nuestros pensamientos conscientes. Las sombras aparecen de un sopetón, sin aviso alguno, porque así son ellas: llegan nada más y te dejan tambaleando o te tiran al suelo.
Frente a su visita, tenemos algunas alternativas para con ellas: nos hacemos cargo o nos enfermamos (se nos aprieta la garganta, una crisis de pánico, una borrachera o nos hacemos los “lesos”). Cualquier otra cosa sirve para seguir tapando la sombra con un dedo y seguir estancados en lo mismo.
El problema es que aparecen siempre, nos guste o no. En forma de lapsus, sueños, peleas, síntomas, repeticiones, enfermedades, relaciones de parejas adictivas, etc. Y nos pasa a todos. A los con más camino terapéutico o a los que tuvieron padre y madre que siempre les hablaron con amor y verdad. Nos pasa a los inteligentes, a los desamparados, a los victimarios y a la víctimas. A todos. Los más suertudos pueden, con mayor facilidad, prender la linterna, sentarse y mirarlas sin miedos. A otros muchos nos cuesta más hacernos cargo de la sombra.
Todo depende del tenor de la sombra, de la historia relacional con nuestros padres o de quienes “nos amaron”. Y cuando aparece, nos da pena y lloramos. O puede darnos rabia y apretamos los dientes, tirando fuego por la mirada. O nuevamente nos da miedo, asco y/o deseos de meter la cabeza bajo la tierra y que una roca caiga encima y termine por sepultar, tan bien como estaba antes, esa maldita sombra. Queremos terminar con esto, volver a reprimir.
Y en eso estamos, haciéndonos los locos y reprimiendo, cuando vuelve a aparecer la sinusitis o nuevamente, el omeprazol para calmar los gritos de nuestro estómago. Volvemos a levantarnos con “caña” y juramos “nunca más tomar”, pero lo volvemos a hacer. Se nos acelera el corazón, nos volvemos a pelear con el marido, la madre, la hermana, y le volvimos a gritar y a pegar a los niños.
Y así andamos, repitiendo y repitiendo, hasta que: “Y ahora, ¿Quién podrá defendernos?”. La respuesta es simple: nosotros mismos y ese grito de ayuda. Todos somos valientes y a todos los valientes nos han temblado las canillas frente a una osadía. Para mi gusto esta es una de las más grandes: hacernos cargo por fin, del niño o niña que fuimos y que aún quiere ser escuchado, abrazado, acompañado, amado, tal cual es. Si vemos esa sombrita y la iluminamos, podremos escuchar, abrazar, acompañar y amar a nuestros hijos con sus propios ritmos de desarrollo.
Cada uno de nosotros, padres y madres, somos unos tremendos árboles y alrededor nuestro, corren inquietos nuestros hijos. De nosotros depende que crezcan fríos, apretados, golpeados, zamarreados, olvidados, abusados y desamparados. Todo depende de la cantidad de sombra que les dejemos caer encima. Mientras más lejos estemos de nuestra propia sombra, más “des- sol- ados” crecen nuestros hijos. Mientras no hagamos un camino de sincera iluminación o encuentro con nuestras sombras, las dinámicas familiares estarán complejamente perturbadas.
Por eso, con la intensidad que muchos conocen de mi, me esfuerzo día a día para que nuestros hijos, los hijos de todos, de la tierra, sientan que son respetados y amados. Justamente, para que las sombras que los acompañen por sus vidas, sean lo más chiquititas posible y la mayor parte del recorrido sea más iluminada, desplegando todos sus potenciales de amor y de inteligencia.
Es de valientes aceptar los aspectos oscuros de nuestra personalidad, que se han estructurado según las historias relacionales que hemos tenido con nuestros padres. Y créanme, no conozco a nadie que haya tenido padres “sanitos sanitos”. Pero sí conozco discursos como: “Mi papá era súper. Me pegó un par de veces, pero era admirable”; “Pero eso es del pasado, para avanzar hay que olvidar…” o “No fui mala madre. Tuve que trabajar y dejarlos solos… lo que pasó, pasó.” Y mientras alzamos ese tipo de declaraciones, los jueves nuestro hijo tiene sesión con su psicólogo y ¿saben de qué habla o sobre qué son los dibujos del hijo que crece bajo los discursos sombreados de sus padres?
También está ese entrevistador de televisión que lleva años no buscando conocer la realidad del entrevistado, sino que busca destruirlo ¿Ven la sombra ahí?, o en la típica frase: “Un golpecito no le hace mal a nadie, al contrario, a mi me hizo muy bien”, Eso es herencia de la pedagogía negra, esa que busca condicionar conductas a punta de golpes, golpes eléctricos y zanahorias. De esa pedagogía propia de la guerra y de los campos de tortura.
¿Ven la sombra en ustedes mismos? Ayer una vez más me topé con una de mis tantas sombras. La tuve que recibir o la garganta me dejaba sin respirar. La vi, le hablé y me alivié. Se aclaró y pude estar tranquila conmigo misma y con mi familia. ¿Hasta cuándo? Hasta que otro momento importante de la vida, me traiga otra sombra.
La sombra, tu sombra, la de todos… El problema, es cuando hay niños dando vuelta.
Leslie Power
Psicóloga Clínica
Mamá de cuatro hijos.
gracias!! maravillosa por hacerme mejor mama y mejor persona.
Excelente articulo, gracias
Como siempre, un gran aporte a mi presente!… <3
Oh dios!
Reblogueó esto en BANASTRA.